Los costes emocionales: Esos grandes desconocidos (I)


Hola, acabo de  disfrutar de unos días de vacaciones en los que he podido reflexionar al vaiven de las olas. Así que, para iniciar la nueva temporada, lo vamos a hacer con un tema que, espero, os sea atractivo: los Costes emocionales: esos grandes desconocidos.

cervell¿Qué son o cómo podríamos definir los costes emocionales? He buscado una definición de los mismos pero no he encontrado ninguna que me satisfaga así que, creatividad al poder, voy a definirlos como: “Aquellos tipos de costes que, no siendo visibles ni imputables en el proceso de creación de valor, cobran una especial relevancia en las empresas que los padecen”.

Consecuencias:

  • Huida de talento
  • Elevado índice de rotación
  • Incremento de los costes de incorporación (l@s que se van, se llevan la mochila llena de conocimientos. L@s que se incorporan, la mochila la traen medio llena. Eso sí, con expectativas)
  • Manifiesto descontento organizacional
  • Y, porque no decirlo, de continuar padeciéndolos pueden poner en situación crítica la organización  

Hay una expresión gallega que dice: “Eu non creo nas meigas, mais haberlas, haylas” La traducción es: “Yo no creo en brujas, pero, haberlas, haylas”.

Los costes emocionales son, pues, como las meigas: Nadie los ha visto y sólo un@s poc@s los conocen pero … haberlos haylos. Sino, que se lo pregunten a las empresas que sufren su patología.

¿Cómo aflorarlos y tratarlos?

Continuará …

Saludos,

Agustí Brañas

5 comentarios

  1. Más que una patología organizativa, es una patología social. Vivimos en una sociedad hedonista y adicta al prozac. Para cualquier problema la causa es externa, nuestro jefe, nuestra empresa, nuestra mujer…

    La tendencia es cada vez más y más acusada, lo queremos todo sin dar nada a cambio, más salario, trabajar menos hora y poder compaginar nuestra vida familiar y personal, un jefe que nos quiera y nos cuide, más tiempo para nuestro ocio, que nuestra pareja sea un encanto al llegar a casa, que nuestros hijos saquen buenas notas, vamos… todo.

    ¿Qué pasa cuando esto no es así? Que culpamos a nuestra empresa, a nuestro jefe, a nuestra pareja y a los profesores de nuestros hijos.
    Antes de buscar patologías de grupo, creo que sería mejor buscar en cada uno de nosotros:

    ¿Aporto realmente valor en el trabajo? O simplemente cumplo justito y voy a hacer horas. La gran gangrena de España. Con un trabajo realmente efectivo y organizado sin perder 45 minutos para desayunar y una hora y 30 minutos para comer, podríamos estar casi todos fuera sobre las cinco de la tarde. Luego el problema es de mi jefe que me exige resultados y eso claro genera mal ambiente.

    Mi pareja no está contenta conmigo. ¿Me he parado a pensar que quiere él/ella y no lo que quiero yo? ¿Pienso cada día como hacerla feliz? En las relaciones de pareja dar cariño y atención suele devolver cariño y atención.

    ¿Hablas con tus hijos? ¿Haces cosas con tus hijos? Hablo de tiempo de calidad no de cantidad de tiempo. Y no la solemne tontería que publican algunos libros “hay que bañar a tus hijos”. Si no te gusta bañarles y lo puede hacer alguien que si le gusta o no le importa no lo hagas! Pero haz algo, ayúdales con los deberes, léeles cuentos, juega a la pelota, haz manualidades… tiempo de calidad.

    Las patologías organizativas, no son otra cosa que una extensión de las patologías sociales de una sociedad rica, con una tendencia perversa al hedonismo. El llamado hedonismo progresivo, luchamos por conseguir algo, y cuando lo conseguimos ya no somos felices y tenemos que buscar algo más, y más, y más…

  2. Luis, no puedo estar más de acuerdo contigo, tanto en lo que se refiere a la esfera privada como a la profesional. Yo también observo una tendencia generalizada a proyectar hacia afuera las propias carencias y a transferir a nuestro entorno (empresa, familia, amigos) la culpa de nuestros fracasos, sin pensar en el grado de responsabilidad que nosotros debemos asumir. Siempre esperando recibir sin comprometernos demasiado. Creo que la cultura de la queja esta fuertemente anclada en nuestra sociedad y a todos los niveles. Reflexiones como la tuya no son comunes, en especial en cuanto se refiere a la empresa. Me ha gustado lo que mencionas de la contradicción entre tomarse la media hora del desayuno ( a mi me sigue sorprendiendo esa costumbre más propia de niños de colegio que de adultos profesionales, ya solo nos falta introducir la merienda…) y luego quejarnos de que debemos quedarnos hasta las nueve en el despacho. Madre mia, y luego hablamos de productividad… Y a nivel personal, sí, nos quejamos del fracaso escolar, de los malos resultados a nivel de país en el estudio PISA, de las horas que nuestros hijos pasan ante el ordenador o la tele, pero luego pregúntale a tus amigos cuantas veces han llevado a sus hijos a un museo, o a ver una galería de arte, o a un concierto de música, o se han entretenido con ellos en buscar libros en una librería. Haz la prueba, a ver cuántos te salen. Más responsabilidad personal es lo que nos hace falta para luchar contra la patología social que mencionas.
    Un saludo

  3. Hola Luis,

    Coincido con el espíritu de tu comentario. Debemos llevar a cabo una escucha activa e interesarnos por las personas que están en nuestra órbita -incluidas las del ámbito laboral- y cuestionarnos si somos un yo o un nosotros.

    Este es el cambio de paradigma: Renunciar a c/p para ganar a l/p.

    Saludos,
    Luis

  4. Hola Astrid,

    Creo que esta también es una habilidad/competencia: la sensibilidad por reconocer nuestro error. Sólo si reconocemos que nos hemos equivocado -o que podíamos haberlo de otra forma- podremos mejorar como personas.

    En cuanto a PISA, esto da para otro post. ¿Por qué sacamos estos resultados? Hay que mirarlo como una oportunidad. Tenemos mucho camino para recorrer. El problema es que, de una vez por todas, se debe definir una hoja de ruta apolítica, es decir, entre todos los partidos políticos, y llevarla a cabo.

    Lo de apolítica te lo comentaba por que entra A y cambia la de B y viceversa.

    Saludos,
    Agustí Brañas

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